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viernes, 26 de febrero de 2010

¿Cómo saber qué es lo más importante?

Muchas veces se habla de jerarquía de valores con la finalidad de inclinar a las personas a tomar una postura valiosa y comprometida, de manera que su vida tenga un por qué y un para qué profundo, capaz de dejar una huella digna de ser emulada. La jerarquía hace referencia a un orden de personas, de cosas, o en nuestro caso, de valores.

El problema aparece cuando se comparan las jerarquías de las distintas personas para elegir la mejor o para señalar cuál conviene proponer a los demás. Generalmente cada una responde a la ordenación propia de las preferencias, las aptitudes y las responsabilidades de cada persona y, por eso, es difícil generalizar pues las aptitudes y las aficiones de los demás son muy distintas.

Para comprender mejor este planteamiento conviene ejemplificar. Cuando una persona es artista, poco sociable y con inclinación al estudio, seguramente pondrá en primer lugar los valores estéticos, luego los intelectuales y, en un nivel muy bajo, los valores sociales.

Un médico pondrá en un nivel preferente los valores vitales. Un abogado los valores sociales. ¿Y quién tiene la razón? ¿Cómo pueden establecer un diálogo constructivo personas con tan señaladas diferencias?

Podemos hablar de tres modos de afrontar la jerarquía. El primero sería el de quienes prefieren evitar problemas y dejan a cada uno con su jerarquía. Es la postura más cómoda, la de dejar hacer, la de que cada quién viva su vida sin interferir ni para ayudar ni para aconsejar. Aquí se evita afrontar el orden objetivo.

Otro planteamiento consiste en señalar dos o tres tipos de valores que todos deben adoptar, como pueden ser los morales, los intelectuales y los sociales, y luego que cada uno asuma los demás.

Tanto en esta postura como en la anterior, caben múltiples jerarquías y, en definitiva, un cierto relativismo propiciado por los diversos puntos de vista. En este caso se marca un orden general limitado.

La tercera postura consiste en admitir una sola jerarquía de valores dada por la jerarquía de las criaturas. Así, los valores de los seres inanimados son inferiores a la de los vegetales. Sobre los vegetales, los animales, y sobre ellos la de los humanos.

El fundamento de esta jerarquía tiene una fuerza universal y así es posible tener un punto de partida único para todos, hay un orden que no depende de las personas sino de la realidad tal como es.

Ahora podemos decir que la jerarquía de valores está dada por la jerarquía de los seres. Por eso, sólo hay una jerarquía de valores. A la persona la corresponde conocerla y asumirla tal cual es.(1)

Toda persona ha de tener en cuenta todos los valores, independientemente de sus legítimas preferencias, y reconocer el objeto propio de cada valor y la finalidad que persigue cada uno.

En el riquísimo entramado de los valores cada uno apoya a los demás desde su sitio. No habría valores morales sin valores vitales, ni valores estéticos sin valores útiles, y así sucesivamente.

Pero, como la vida humana es dinámica y progresiva, a la persona le compete jerarquizar los valores de acuerdo a las actividades que ha de realizar. Aunque la jerarquía está dada, la jerarquización consiste en ejercer la libre capacidad de decidir, elegir y organizar la actividad según las distintas situaciones para expresar los valores de las personas y de las cosas.(2)

Lo fijo y que une a todas las personas es la jerarquía de valores, ésta aporta una base objetiva. Es punto de partida seguro y facilita hacer la jerarquización oportuna. Ésta es variable y ha de acomodarse a cada circunstancia personal.

Como la jerarquización lleva una carga importante de compromiso personal y de responsabilidad, los valores morales siempre deben estar presentes para hacer posible la buena elección y aplicación de los valores correspondientes indispensables para resolver las tareas o para afrontar los trabajos habituales o los que salen de lo acostumbrado.

En muchas ocasiones las personas prefieren hablar de tener una jerarquía de valores tras la cual se refugian, aunque no sea posible aplicarla tal cual en todas las circunstancias. De esta manera se propicia la separación entre el deber ser y lo que se hace.

Por otro lado, cuando se asumen las jerarquizaciones y éstas son adecuadas, no hay oposición entre el deber ser y el hacer. Aunque es indudable que asumir las jerarquizaciones exige una vida comprometida y con una toma de conciencia propia de quien sabe dar respuesta de sus acciones.

Por ejemplo, una buena jerarquización es la de quien planeó una reunión con sus compañeros de estudios a quienes no ve desde hace tres años; sin embargo, no acude a esa cita porque decide llevar al hospital a un compañero de trabajo que se accidentó gravemente. En esta circunstancia, los valores sociales quedan relegados ante el valor vital.

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