Canciones del net0e

lunes, 15 de febrero de 2010

No te aferres, no siempre tienes la razón

“Las desgracias que podemos soportar vienen del exterior: son accidentes. Pero sufrir por nuestras propias faltas... ¡Ah! ahí está el tormento de la vida”, Oscar Wilde.

Sólo aquél que, en el lugar claro e inquebrantable donde se hace presente la voz de la conciencia, escucha y no puede negar sus culpas, sólo él puede sentirse aludido o “sermoneado” hasta por la callada naturaleza que sólo sigue su curso lógico.


Por esa culpa generada por el hecho de quien sabe que hay algo que hace que no está del todo bien, y con ahínco le busca la mejor justificación en defensa de esa conducta, es por lo cual echa mano de lo que sea, incluso de ironizar lo evidente, de hablar con sarcasmo de lo que sabe es tan cierto, confundiendo términos y conceptos si fuese necesario, sólo a fin de defender su irrealidad.

¡Ah! Si este hombre supiera que no es que su voluntad se vea limitada por los preceptos naturales, ¡es más bien que esa voluntad, producto de nuestra libertad, es tan abierta que puede aceptar y concebir cosas contrarias a la vez! ¡Sí! ¡Por esa maravillosa cualidad de la voluntad el hombre ha podido imaginar, pensar, idear lo imposible! (“El hombre puede creer en lo imposible, pero no creerá nunca en lo improbable” O.W.) Y es justamente eso lo que lo ha llevado a conocer las estrellas, pisar la Luna o clonar seres vivos.

Pero una voluntad descarriada no es una voluntad limitada, es una voluntad perdida y viciada que sólo ha logrado nublar la razón de aquel hombre haciéndole parecer real lo que no lo es. (“Se puede admitir la fuerza bruta, pero la razón bruta es insoportable” O.W.) Es una voluntad huérfana de quien debe ser siempre su fiel guía: la razón. Esa orfandad puede orillar al hombre a arremeter contra sí mismo. Ése es el peligro de la libertad: que la podemos usar mal.

Una voluntad en esas condiciones, que se empeña en defender lo que según le parece un “bien”, no sólo no puede darse cuenta de que lo que defiende no es un bien ni le trae la felicidad que intrínseca y naturalmente anhela; sino que tampoco puede dar cuenta de que su método de argumentación es carente, improcedente, sofístico y desesperado, a un extremo tal que cae en discusiones medievales, ya superadas, como la lectura que debe hacerse de la naturaleza.

No obstante, basta ver que aun después de sufrir incendios los bosques reverdecen, que la hembra de cualquier especie al tener sus crías sólo vive para ellas, que no hay fuerza más potente ni grito más desgarrado que el de una madre llamando a la vida a su cría, que todo evoluciona, cambia y se adapta ¡por supuesto! Pero no olvidemos lo que tiene de fondo el cambio, el “propter quid” de la evolución: continuar, permanecer y seguir dando paso y lugar a la vida, que todo continúe funcionando y que esto no se acabe hasta que se tenga que acabar.

Cuando la naturaleza causa algún desastre, no es con premeditación o con intención maliciosa, no es una acción bañada de crueldad o impiedad ¡porque estos adjetivos no corresponden a la “naturaleza”!, ¡eso es antropomorfizarla! Y eso sólo es válido en la poesía. No hay racionalidad en la naturaleza “per se”, aunque su precisión y la armonía de sus ritmos nos confundan. Eso sólo son destellos que muestran una racionalidad de fondo, porque que semejante perfección haya sido por azar es una probabilidad prácticamente nula.

Existe el hombre con grandes bondades, talentos, dones, habilidades, y sobre todo con la capacidad de percibir lo divino, por sentido común sabe qué debe respetar, por reconocimiento de la necesidad de algo más grande que él mismo, en el fondo de su corazón siempre queda el anhelo de la verdad y por eso comprende lo que hace bien y lo que hace mal. Aunque luego, en un segundo momento, se quiera forzar a creer lo contrario. Proceso en el cual sólo sufre.

El hombre, por su naturaleza, quiere, busca y necesita experimentar, probar, descubrir y sobre todo convivir, porque no está hecho para la soledad. Pero, no confundamos la esencia del convivir con caprichos. No confundamos esa necesidad de compartir lo que realmente es la vida, sus tristezas y alegrías; sus derrotas y sus triunfos, el reto que representa pararse cada día y volver a empezar, y continuar, ¡porque de eso se trata la vida! entonces ¡a “convivir”! como ese vivir con el otro.

“Vive” con quien quieras, mientras “vivas”, pero nunca dejes de darle paso a la vida, porque para eso sólo hay un camino, para que siempre puedas vivir (“El que deja una imagen suya en sus hijos muere a medias” Carlos Goldoni).

Y como “más veces descubrimos nuestra sabiduría con nuestros disparates que con nuestra ilustración” (O.W) agradezcamos que siempre podemos expresar lo que sentimos, y que podemos crecer y enriquecernos mutuamente, siempre por las bondades de la convivencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario