En la cultura occidental se percibe una cierta tendencia a pensar que el hombre es libre porque puede elegir lo que más le guste y porque nada se lo impide. Algunos piensan que son libres cuando pueden elegir libremente el gobierno que desean, cuando pueden elegir qué decir y cómo, cuando pueden elegir a qué religión pertenecer o simplemente no pertenecer a ninguna. Hasta se piensan libres cuando pueden escoger su género sexual.
¿Es esto la verdadera libertad? Comúnmente se cree libre aquél que no tiene ninguna constricción externa que le lleve a elegir lo que no quiere. Sin embargo, ésta es sólo una parte del gran mosaico de la libertad humana. La libertad de elección debe ir acompañada por la verdad, que nos indica dónde encontrar el bien que nos hará felices.
Un profesor de universidad usó el siguiente ejemplo para explicar este problema a sus alumnos. Llamó a uno de ellos al frente del aula de clase y le entregó dos sobres blancos iguales, que no tenían nada escrito en ellos. Varios estudiantes vieron que, efectivamente, los sobres eran idénticos. El profesor dijo al alumno:
—Puedes elegir uno de los dos sobres. Sólo uno. En uno de ellos hay un cheque con la cantidad de 5 millones de euros. El otro contiene tu condena a cadena perpetua. Eres libre de escoger el que quieras. Nadie te ayudará ni te dirá cuál escoger. Eres libre de elegir. O si quieres puedes no elegir ninguno, pero perderás la posibilidad de ganar el dinero
El alumno se vio en un gran apuro. Era obvio que quería elegir el sobre que contenía el cheque y evitar a cualquier costo el de la condena a cadena perpetua. La libertad moral es la capacidad de elegir un bien. Es la que hace capaz al hombre de elegir el bien en cada acto que realiza; y cuando el mismo hombre escoge algo malo, es porque al menos lo ve como un bien para él. El estudiante era libre de elegir o no elegir, pero no era totalmente libre de elegir el bien, porque no sabía dónde encontrarlo.
La verdad ayuda al hombre a saber dónde está lo que es bueno, lo que le hará feliz y le llevará a la perfección. Además, en nuestra vida estamos llamados a elegir un sobre, y aun si decidimos no elegir ninguno, no nos escaparemos de la responsabilidad de la elección hecha. Por eso es bueno saber las consecuencias de uno u otro sobre o las secuelas de no elegir ninguno. La verdad en nuestra vida nos ayuda a descubrirlas.
El hombre tiene una naturaleza que lo hace ser hombre, y no pájaro o piedra. Esta naturaleza humana posee la capacidad de hacer razonamientos y de querer o no querer algo. En esta capacidad de querer o no querer algo (voluntad) está la libertad. El hombre además de ser hombre, debe perfeccionar la naturaleza que tiene. Tiene que construir su vida, no como él quiera, sino siguiendo un plan dado por la propia naturaleza humana.
Hay muchos caminos para seguir este plan, debemos elegir libre y responsablemente el mejor camino para cumplir con él. La naturaleza humana es abierta, hay muchas maneras de perfeccionarla. Eso sí, siempre será naturaleza humana.
El hombre se siente inclinado siempre hacia el bien en sí, que es lo que le lleva a su perfección. Sin embargo, en este mundo no encontramos el bien total sino bienes finitos, pues todas las cosas de este mundo son finitas. Son bienes, sí, pero no totales. Por eso cuando al hombre se le presenta un bien finito, es libre de elegirlo o no puesto que no es el bien total. Por eso en la libertad de elección debe haber responsabilidad.
Muchas veces podemos elegir un bien que quizá no nos conviene en una cierta situación o podemos elegir uno que es mejor que otro; o podemos elegir un bien para darle un uso erróneo. En la elección debemos tener en cuenta la misión de llevar a la perfección nuestra naturaleza y de hacerlo del mejor modo posible.
Algo que el hombre no puede elegir es su búsqueda de ser feliz, que consiste en la posesión del bien en cuanto tal. Todo lo que hace el hombre lo hace porque busca un fin, busca la perfección, busca ser feliz. Además, hay muchas cosas que objetivamente no llevan al hombre a ser feliz, quizá lo contenten por un momento pero al final se queda más vacío que antes.
Por eso la libertad tiene que ir unida a la verdad para poder descubrir qué es lo que hace al hombre verdaderamente feliz. Lo malo es que en el mundo de hoy cada uno se cocina su verdad.
¿Esta verdad artificial nos hará felices? La respuesta es negativa, porque si la verdad fuere declarada inalcanzable o ésta no importase, sino lo que uno prefiere, al final podríamos elegir lo que no nos lleva a la felicidad.
El estudiante puede creer que el cheque se encuentra en el sobre que en realidad contiene la condena. Por más esfuerzo que ponga por creerlo así, no cambiará la realidad que efectivamente en ese sobre se encuentra la condena. La verdad es una, y no puede ser blanca y negra al mismo tiempo. O algo nos ayuda a ser felices de verdad, o simplemente, quizá nos alegre por un rato dejándonos luego más vacíos que antes.
Como en el caso anterior, en este mundo es difícil saber el verdadero contenido de cada sobre, por eso muchas veces es difícil escoger algo. A pesar de esto, el hombre es capaz de descubrir la verdad, es capaz de descubrir lo que más le conviene a su naturaleza. La verdad se descubre, pero de todas maneras, tiene que ser aceptada libremente en nuestras vidas.
La verdad nos ayuda a encauzar la libertad, no es algo que se opone a ella. Sin embargo, no debemos correr el riesgo de arruinar nuestra felicidad por el simple hecho de sabernos libres de elegir. En el caso del estudiante, tenía dos verdades frente a él. La primera, sabe que tiene la misma posibilidad tanto de ganar como de perder. La segunda es que si pierde, las consecuencias serán desastrosas.
No vale la pena arriesgar mucho para perderlo todo, no vale la pena dejarlo a la suerte. Sin la verdad, corremos siempre el riesgo de usar mal nuestra libertad, de elegir algo que al final no nos llevará a ser verdaderamente felices. Tenía mucha razón Jesús de Nazaret cuando proclamó: “la verdad os hará libres”. Sí, verdaderamente libres.
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