Canciones del net0e

miércoles, 6 de enero de 2010

Un buen relato de los reyes magos


Algunos de los mejores recuerdos de mi infancia y temprana adolescencia están ligados al Día de Reyes. Cómo olvidar la indescriptible ilusión con la que recibía cada 6 de enero. Y es que, aunque siempre me quejé de que Santa Claus nunca se dejó sentir por estos lados (hasta mala fe le llegué a tener al frío señor barbudo), Melchor, Gaspar y Baltasar nunca me fallaron. Siempre estuvieron ahí, diciendo presente y recompensando tantos años de disciplina en los estudios, y sobre todo, de positivismo para afrontar las vicisitudes (como el accidente que sufrí hace ya 20 años).

Nací y crecí en el seno de una familia muy tradicional. Desde siempre mis padres se empeñaron en hacer que mis hermanos y yo nos dejáramos arropar por la magia de la Navidad para alimentar así la inocencia propia de la edad. Era costumbre que la noche antes nos trasladáramos en familia hasta la avenida Mella para disfrutar del famoso y multitudinario desfile de los Reyes Magos.

Me brillaban los ojos con sólo verlos de cerca por unos instantes. Les tenía muchísima admiración y aprecio. De hecho, ese mismo día, pero un poco más temprano, mi hermanita y yo teníamos el hábito de salir a la acera de enfrente para cortar un poco de pasto como regalo para los camellos en los que se suponía que llegarían a casa. Una vez concluida la misión, me dirigía hasta el colmado más cercano para comprar chicles, mentas, chocolates y un par de cigarros que les dejaba justo debajo del arbolito junto a un vaso de agua y, por supuesto la respectiva carta, a modo de agradecimiento.

Todo lo que les pedía, allí lo tenía. Mis hermanos y yo éramos afortunados. Por lo regular, nos dejaban presentes en distintos puntos: con mis padres, con mi abuela, y con tres de mis tíos. Sin duda, se trataba del mejor día del año.

Como a los 9 años de edad, mi realidad cambió drásticamente cuando al despertarme en la madrugada para ir al baño descubrí que los Reyes en realidad nunca pasaban por casa y que los responsables de complacer cada una de nuestras peticiones eran papi y mami.

Me hice el tonto y les seguí la corriente mientras pude, más que nada para que mis hermanos no se decepcionaran -yo soy el mayor de los tres-. El ritual que solía llevar cada 5 de enero no lo abandoné hasta mucho tiempo después.

Aunque no lo crean, la tradición de los Reyes se mantuvo en mi familia nuclear hasta el año pasado. Esta es la primera vez que ni a mí ni a mis hermanos nos dejan nada debajo del arbolito o la cama. De todas maneras, no me quejo. Siempre se portaron muy bien conmigo. Y ya era justo que se tomaran un “break”. Más adelante, y si Dios lo permite, seguro que nos tocará reencontrarnos para retomar la historia con otros protagonistas.

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