Hace algunas semanas celebramos 55 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz. Los soldados rusos llegaron al campo en enero de 1945. Todo estaba cubierto de un mantel blanco de inocencia. Nada sugería que este lugar fue el último destino de centenas de miles de personas, forzosamente deportadas de los campos temporáneos de toda Europa. Pero, ¿fue para todos una deportación forzada?
Witold Pilecki nace el 13 de mayo de 1901, en Rusia, hijo de una familia campesina modesta exiliada por el zar por su participación en la insurrección de 1863. Recibe en la casa paterna una honda educación patriótica, humana y religiosa.
Además del ruso, aprende alemán y francés. Tras su regreso a Polonia, en 1918 participa en la guerra de independencia y, luego, lucha contra la invasión soviética de 1920. En 1921, dotado de una fina sensibilidad artística, empieza a estudiar las Bellas Artes en la universidad de Wilno.
Trabaja en el campo. Escribe poesías. Dibuja. Pinta cuadros de temática sagrada. Es jefe de bomberos. No pierde aún las más pequeñas ocasiones para contribuir al desarrollo humano y social de su renacida y tan anhelada patria.
Después de la campaña de 1939, entra en el Ejército Clandestino Polaco. En 1940 se ofrece para conocer la situación del recién abierto campo Auschwitz y sus prisioneros, a donde llega el 22 de septiembre de 1940.
Su objetivo principal fue el de conocer la situación de los prisioneros. Con el pasar del tiempo, organiza tráfico secreto de alimentos y medicinas, prepara reportes para las potencias aliadas, donde describe Auschwitz tal como era: "infierno en la tierra".
Pilecki escapa en abril de 1943. En 1944 participa en la Insurrección de Varsovia. Arrestado por los alemanes, es llevado al campo de Murnau, donde lo libera el ejército estadounidense. Pilecki podía quedarse en Occidente. Sin embargo, fiel a la máxima polaca "Bóg -Honor-Ojczyzna" (Dios-Honor-Patria), decide regresar para continuar la lucha por la nación que vio renacer, crecer y sufrir.
Organiza la resistencia armada, pero es arrestado por la policía secreta comunista el 8 de mayo de 1948 y sometido a torturas brutales. Durante un encuentro con su esposa, comenta: "En comparación con lo que me pasa aquí, Auschwitz era un juego de niños". Es condenado a muerte y ejecutado el 25 de mayo de 1948.
¿Qué nos dice la figura de este voluntario para Auschwitz, considerado por el historiador británico Micheal Foot como uno de los seis hombres más valientes de la Segunda Guerra Mundial?
Habla sobre todo del gran valor de la persona humana. Víctima de los dos totalitarismos, condenado al olvido por más de 40 años por el régimen comunista, que arrasó incluso su casa y las tumbas de sus padres, con su vida de continua lucha testimonia que vale la pena ofrecerla por los demás, por los ideales. Dijo una vez a su familia: "Amad la propia patria. Amad la propia santa fe y la tradición de su nación. Tenéis que ser hombres de honor, siempre fieles a sus más altos ideales, a los que se debe servir por toda la vida".
Condenado al silencio del olvido por casi medio siglo, hoy, en un mundo que bajo un mantel de inocencia esconde los más grandes horrores de Auschwitz –la eutanasia, el aborto, la manipulación genética– conviene gritar estas palabras.
Gritarlas con la propia vida. Todos somos herederos del soldado Pilecki. Su valentía, su fe y su pasión por el arte, el hombre y la patria, son una invitación elocuente para apreciar y desarrollar al máximo las dotes que cada uno recibió, para participar activamente en la vida de la sociedad, no sólo a nivel “heroico”, sino también en lo pequeño de la propia región, ciudad, villa no para sí mismo, sino por los ideales que cada uno recibe en herencia de sus antepasados.
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