José Luis es un joven que tiene que caminar diariamente varios kilómetros para ir a la secundaria. Cierto día, detrás del contenedor de basura a las afueras del pueblo, se encuentra una bicicleta. Tiene una llanta doblada, y piensa que por eso alguien la desechó. Con un poco de ingenio logra arreglarla y está feliz de tener este nuevo transporte.
Uno de sus compañeros, Justino, es hijo del jardinero de una de las casas de campo cercanas al pueblo. Cierto día, escucha que Don Emilio, el dueño de la casa y hombre bastante rico, regaña a su hijo por ser una vez más tan descuidado que ahora perdió su bicicleta. Siempre pierde cosas. No le preocupa nada.
¿Debe decir Justino quién tiene la bicicleta?
“Estamos trabajando para que las drogas no lleguen a tus hijos”, dice un comercial que pasan muy a menudo por la radio.
Eso me recuerda cuando éramos pequeños (mis hermanos y yo). Mi mamá era bastante obsesiva (y lo sigue siendo). Si el chupón se nos caía, de inmediato a lavarlo. Todo el día había mamilas en la estufa en baño María. La ropa, con una blancura, como nueva; los pisos, rechinando de limpios; en fin, como si mi mamá hubiera escuchado un comercial que dijera: “Que los gérmenes no lleguen a tus hijos”.
Y claro, ¿quiénes creen que eran los niños que más se enfermaban en la colonia? Pues nosotros. Pretender ponerle un capelo a nuestros hijos para que las drogas nunca los alcancen, no es la solución adecuada; eso no es siquiera una solución.
Inevitablemente (o casi) se toparán algún día con ellas (hay tantas variedades de drogas, que quito el “o casi”), y si no están preparados, si nunca han sabido lo que son, pueden caer más fácilmente en su “tentación”; es decir, lo que debemos hacer es prevenirlos, aconsejarlos, enseñarles, formarlos, para que el día que se topen con semejante escenario, sepan qué hacer.
Pero no, nuestras soluciones, por lo general, son absurdas (groseras, diría yo), inconsciente o premeditadamente. Por lo general, las soluciones se encuentran en los problemas mismos, pero no las vemos, o preferimos no verlas.
Para que no nos quejemos de que nunca somos primeros lugares en algo, lo somos en obesidad infantil. Por ahí, un funcionario del sector Salud sugirió hace tiempo que se le dotará a los niños de píldoras para quemar grasa. ¡Brillante idea!
El problema tiene su origen en la cantidad de porquerías que comen y la vida sedentaria que llevan, jugando carreras en Nintendo y navegando en Internet hasta ahogarse. La solución, obviamente, no son las píldoras, la solución es dejar de comer basura y dejar de adquirir artículos, objetos, herramientas que los vuelven cada día más perezosos, más inútiles, física, mental y espiritualmente.
Pero ya parece. A alguien, por ejemplo, se le ocurrió que se dejara de vender comida chatarra en las escuelas, y casi lo linchan. Varias de las empresas que venden esos productos, y que forman parte del selecto grupo de empresas con “Responsabilidad Social” pusieron el grito en el cielo… y no se ha vuelto oír hablar de ello.
Debajo del puente en el que se convierte el Periférico a la altura de Insurgentes había un letrero que decía: “Prohibido vender mascotas. A quien se le sorprenda haciéndolo, se le consignará a las autoridades”. ¿Pues dónde creen que vendían las mascotas? No a la vuelta, ¡abajo del letrero!
Por supuesto, esto no podía ser; por lo tanto las autoridades, con una gran determinación, pusieron un alto a esta falta de respeto, así que… ¡quitaron el letrero!
¿De verdad no nos damos cuenta que nuestra crisis está en los valores con los que nos manejamos en la actualidad? ¿No estaría bien que recordáramos algunos (varios, muchos) de los que teníamos antes, y tal vez encontrar ahí, la solución?
En fin, pretender evitar que las drogas lleguen a nuestros hijos, es no querer solucionar un problema.
Por lo pronto… El valor de la semana es el trabajo.
Trabajar no necesariamente significa tener una actividad (ya sea física o mental) para ganar dinero, sino realizar una actividad productiva. Y una de las responsabilidades fundamentales del ser humano ha sido, es y será el trabajo. Prácticamente desde que nacemos hasta que morimos lo hacemos. Claro que hay edades para todo tipo y calidad de labor.
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