Las razones que explican la importancia de las acciones… No tanto lo que hace como el modo en que lo hace… se asientan en la misma estructura del cerebro humano, concretamente en lo que los científicos denominan “circuito abierto” del sistema límbico (el centro cerebral que regula las emociones).
Hay que decir que mientras los sistemas cerrados como el circulatorio, por ejemplo, son autorregulados e independientes del sistema de las personas que nos rodean, los sistemas abiertos, por el contrario, están en gran medida condicionados externamente. Por eso nuestra estabilidad emocional depende, en parte, de las relaciones que establezcamos con los demás.
La naturaleza abierta del sistema límbico ha tenido una gran importancia en el proceso evolutivo. Es esta dimensión la que posibilita que la madre acuda al rescate emocional de su hijo para aplacar su llanto o que el centinela de un grupo de primates dé la señal de alarma apenas percibe una amenaza.
Y éste es un principio que sigue vigente bajo el barniz de nuestra avanzada civilización. La investigación realizada al respecto en las unidades de cuidados intensivos ha demostrado que la presencia reconfortante de otra persona no sólo disminuye la tensión arterial del paciente, sino que también reduce la secreción de ácidos grasos que terminan bloqueando las arterias.
Más sorprendente todavía, si cabe, es el hecho de que, aunque tres o más episodios de estrés en el plazo de un año (como un serio revés financiero, un despido o un divorcio, pongamos por caso) triplican la tasa de mortalidad en los hombres de mediana edad socialmente aislados, “no tiene el menor efecto” en quienes mantienen vínculos sociales muy estrechos.
Según los científicos, este circuito abierto constituye un “sistema de regulación límbico interpersonal” que transmite señales que pueden modificar la tasa hormonal, las funciones cardiovasculares, el ciclo del sueño y hasta el sistema inmunológico de otra persona.
Así es como los enamorados desencadenan en el cerebro de la persona amada la secreción de oxitocina, que genera un sentimiento placentero de afecto.
Pero esa curiosa interrelación fisiológica no está circunscrita a la relación amorosa, sino que invade todas las dimensiones de nuestra vida social, sintonizando automáticamente nuestras emociones con las de la persona con quien nos hallamos. Ello, evidentemente, también significa que las emociones de los demás influyen sobre nuestro funcionamiento fisiológico y en consecuencia, sobre nuestras emociones (Daniel Goleman).
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