La sociedad contemporánea habla del amor como si fuera un producto, una moda o un recurso. Se aborda el amor con tanta simpleza que se llega al punto de trivializar el concepto, el significado y el trasfondo de lo que realmente es. El amor no se compra, no se obtiene a cambio de algo ni se otorga bajo condición alguna. Entonces, ¿de qué se trata el amor?
ENTENDER EL AMOR, VIVIR EL AMOR
Reflexionar en torno al amor puede ser materia complicada. Autores literarios, músicos y artistas en general han creado verdaderas obras maestras a la celebración o condena del amor. Este concepto ha sido objeto de tratados y documentos de muchos pensadores. Y pocos han dado una dimensión tan profunda al amor, a su significado y posibilidades.
La nuestra no es una reflexión propia. Es fruto de una abstracción a lo que Benedicto XVI ha escrito en torno al tema. Tampoco pretende ser muy profunda, pero cuidamos que no caiga en lo superficial. Dado que el Papa ha considerado fundamental abordar el amor de forma seria, aquí presentamos, insistimos, una postura respecto a las tres encíclicas que ha publicado.
En principio, queremos preguntarnos por qué Benedicto XVI ha dedicado dos de sus encíclicas al tema del amor y en otra lo ha abordado de forma indirecta. Lo primero que diremos es que el Papa parece haber asumido la tarea de hacer volver a la Iglesia y de invitar a la humanidad a volver a lo fundamental, al principio, al origen.
“Deus cáritas est” es una prueba de ello. La encíclica es un documento que aborda el amor de forma muy profunda. El argumento central es que el hombre no es un accidente, es un ser creado y amado por el Amor Infinito. El rechazo y desconocimiento de la realidad de Dios lastima la esencia del hombre e impide su realización humana.
El hombre, para ser feliz, necesita de Dios. Vivir la fe, la esperanza y el amor, dice el Papa, no es fruto de una decisión racional individual, sino que proviene del encuentro de la persona con Jesucristo, con Aquel que siendo Dios se hizo hombre y cuya presencia en la vida transforma la realidad.
Ante las propuestas de nuestra sociedad actual que seducen al hombre, que sugieren estilos de vida propios de los estereotipos modernos, pero que no cooperan para su plena realización, el Papa propone volver a lo fundamental, que es regresar a Dios, fuente primaria de todo amor.
Es a través de esa comunión con el Creador como el hombre logra desapegarse de sí mismo. En estos tiempos, en los que el egoísmo es la característica de las actitudes y conducta de miles de personas, es fundamental reconocer esa relación Creador-persona. Hoy el hombre no se reconoce criatura sino creador y, en consecuencia, sufre los estragos de sus propias limitaciones.
Si el individuo es capaz de lograr ese desapego de sí mismo para reconocer en el Otro una presencia transformadora, digna de todo su amor, entonces la persona debe buscar que esa relación que vivifica sea llevada a su relación con los demás.
El que ha experimentado todo esto es capaz de mirar en la otra persona, en aquel con el que convive y comparte los acontecimientos que ofrece la vida cotidiana, una criatura que comparte su dignidad, que cuenta con las mismas características que sí mismo y que, por lo mismo, merece todo el respecto, el reconocimiento y su amor.
Para no dejar dudas, el Papa explica de forma magistral la separación entre los tipos de amor. Aunque usualmente se entiende que el amor es el vínculo entre un hombre y una mujer que deciden brindarse a sí mismos, uno al otro, lo cierto es que el amor es una virtud mucho más profunda.
En resumen, el hombre se realiza en su totalidad sólo si es capaz de donarse al otro, de renunciar a sí mismo para servir al otro. Esa lógica se aplica para la relación persona-persona y Creador-persona. El individuo no es fuente de amor por sí mismo, sino que, habiendo entendido y permaneciendo abierto a la relación con Dios, fuente inagotable de amor, es dotado de la capacidad de amar: al cónyuge, al hermano, a los padres, a los amigos… a los desconocidos.
LA PRÁCTICA DEL AMOR EN LA VIDA SOCIAL
La doctrina católica no sería congruente, lógica y cierta si fuera imposible llevar el planteamiento anterior a la totalidad de la realidad humana. Pareciera que este fue el reto que se impuso la Iglesia cuando desarrolló la Doctrina Social. ¿Cómo es posible que el Evangelio impere en todas las estructuras temporales en las que el hombre se inserta y las cuales constituyen su realidad?
Esta es la respuesta que da Benedicto XVI en su tercera encíclica, “Cáritas in Veritate”, considerada por especialistas en la materia como la “Rerum Novarum” del siglo XXI.
Si León XIII dio respuestas a la necesaria inserción de la Iglesia Católica en la lógica de los sistemas políticos y económicos propios de la modernidad, Benedicto XVI ha entendido, mucho más profundamente que los líderes políticos actuales, las características de nuestra época y la necesidad de encaminar a la humanidad hacia puerto seguro.
El Papa piensa globalmente. Tiene una visión excepcional. Está convencido que el amor que Dios regala a sus criaturas en lo individual, puede materializarse también en la esfera de lo público, de modo que las sociedades y sus estructuras políticas y económicas sean orientadas por los corazones que miran a Dios.
El amor del Infinito es capaz de dar un sentido diferente a las realidades sociales que hoy vivimos, dice el Papa. No es por la vía del progreso -entendido como fin en sí mismo- la forma en la los hombres obtendrán la felicidad, su realización. La paz.
Los siglos de la era moderna se fundaron en un pensamiento y en una concepción del mundo en la que el hombre era centro y fin de las actividades políticas y sociales. La razón, la técnica y las industrias se convirtieron en nuevos objetos de culto, hasta que paulatinamente la humanidad perdió el sentido de sí misma.
Hoy vemos los efectos de ello: un sistema económico útil para obtener rentas, pero incapaz de proveer de lo básico a todas las personas; pobreza y desigualdad en amplias regiones del mundo, mismas que provocan fenómenos como la migración; violencia, guerra y terrorismo promovidos por gobiernos y líderes sociales; profundo desprecio y desconocimiento del hombre por y de sí mismo, manifestado en la promoción del aborto y de las uniones homosexuales como hechos naturales.
Ante la severa crisis que hoy padece el mundo de hoy, dividido y falto de condiciones propicias para el adecuado desarrollo de todos los habitantes del planeta, el Papa insiste volver a lo fundamental, al amor de Dios, al reconocimiento justo de la persona como criatura, a la renuncia a la instrumentalización de los demás. A vivir en el afán de construir una sociedad digna para todos.
Bajo esta lógica, el hombre deja de ser un accidente producto del azar y se convierte en persona amada por el Amor. Así, el hombre se entiende como parte de una comunidad a la que pertenece, en la cual se desarrolla y a la que debe servir. Se relaciona con otros, a quienes se empeña en servir.
¿Y EL AMOR PARA QUÉ?
La conclusión es sencilla, pero muy profunda. Benedicto XVI retoma para el mundo de hoy lo que la Iglesia históricamente ha afirmado.
Si cada persona asumimos el reto de dejarnos amar por el Amor Infinito, estaremos dotados de la capacidad de amar a todos aquellos con quienes nos relacionamos. Si hemos tenido la apertura y la voluntad para amar, aun cuando no exista un vínculo natural con las personas que cotidianamente nos vinculamos, el mundo ciertamente sería diferente.
Si la política es comprendida como una oportunidad de servir a todos, y por tanto de amarlos, no veremos escándalos de corrupción, de impunidad, de injusticia y cerrazón, que se han hecho tan comunes en nuestra sociedad.
Si la economía es vista como una herramienta para dotar a las personas de los bienes y servicios necesarios para desarrollarse en plenitud, y no como una vía para enriquecerse desmedidamente, ciertamente el mundo será mejor.
Si la organización y la participación social se entienden como instrumentos para fortalecer la cohesión social, a la comunidad nacional, y no como un arma de presión e instigación, ciertamente nuestro mundo será mejor.
Fundamentalmente, si las personas comprendemos que el principio y el fin de todo lo que hacemos, de todo lo que construyamos, hagamos y emprendamos, es el Amor, nuestro mundo ciertamente será mucho mejor y sobre todo, estaremos aspirando sinceramente a la felicidad.
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