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jueves, 25 de marzo de 2010

Demasiados muertos, ¿culpa de Calderón?

La noticia ya no parece novedad, diariamente aparecen muertos en diversos estados de la república, y las cifras se acumulan a niveles jamás imaginados para México. Muchos son resultado de enfrentamientos armados conocidos, y otros son víctimas de eliminación o ajusticiamiento realizados por los criminales, por “levantones” y “en privado”, cuya evidencia son los cadáveres.


Estos muertos, hay quienes se quejan, son consecuencia de la guerra emprendida por Felipe Calderón contra la delincuencia organizada del narcotráfico. ¡Ya basta de decesos!, se pide correctamente; pero en general la solución exigida es muy simplista: que Felipe Calderón detenga esa guerra anti narco, regrese la milicia a los cuarteles y se acaban las matanzas. ¿De veras?

No, no es así, por eso digo que la respuesta es simplista, producto de un análisis (¿?) equivocado. Dentro de las cifras de homicidios hay que hacer una diferencia importante, tan importante que nos revela en dónde está el problema.

Veamos: algunos muertos caen por enfrentamientos entre los criminales y la fuerza pública cuando ésta actúa en razón de su actividad investigadora o de vigilancia, cuando intenta aprehender a delincuentes, o bien, cuando se defiende de ataques directos que éstos perpetran contra su personal e instalaciones.

Otros muertos son elementos de policía, generalmente municipal o estatal, que son abatidos por criminales no necesariamente en enfrentamientos, sino cuando están de guardia, circulando, a pie y aún estando francos. ¿Por qué estos homicidios?

Algunos por represalia, si, habiendo algún tipo de “acuerdos” de cooperación policial con la delincuencia, no son respetados. Otros policías, agentes del ministerio público y más (como periodistas), son asesinados por sicarios para aterrorizar y que personas en cargos similares cooperen, olviden su deber o renuncien.

Cuando hay enfrentamientos de fuerzas policiales o militares con la delincuencia, hay generalmente más decesos entre esta última, pero también caen heridos o muertos elementos oficiales. Lamentablemente, hay víctimas civiles ajenas al conflicto, que, como se dice, estuvieron en lugar y tiempo equivocados.

Otras víctimas de homicidio son civiles que, por las razones o excusas que sean, son ultimados por los sicarios del narcotráfico, en acciones ajenas a la lucha anti narco. (Ha habido algunos asesinados por militares, como en dos ocasiones sucedió en Sinaloa en los ilegales retenes militares, pero son excepciones).

Pero la abrumadora mayoría de los caídos en lucha, miles y miles, se deben a enfrentamientos entre criminales, más otros miles que son ejecutados. Las luchas por el poder dentro de los cárteles del narco y entre ellos, y la disputa por territorios y mercados, son el origen de tantos muertos, que pasman a propios y extraños.

Los cadáveres decapitados que aparecen, cada vez en mayor número, “tirados”, no provienen de la actividad anti narco gubernamental, sino de venganzas entre los grupos delincuenciales. Las muertes violentas de mujeres y niños, ajenos todos a la actividad criminal, pero relacionados por parentesco o de otra forma a gente involucrada en el asunto del delito, son también obra de esos grupos.

¿Qué es lo que pasa? Muchas cosas. Por una parte, los éxitos en la localización y captura de jefes o capos del narcotráfico, que deja acéfalas organizaciones criminales, ha creado vacíos de poder que de inmediato se llenan por segundos o terceros en la línea de mando. Peor aún, esos poderes los asumen los jefes del sicariato, cuyo método de ejercerlos es por medio de la violencia, no por la negociación.

De entre las miles de aprehensiones de narcotraficantes, las de jefes de mediano rango no impactan tanto a las organizaciones criminales, pues en general son ejecutores-transmisores de órdenes o controladores de la actividad criminal.

Sin embargo, en el narcotráfico mexicano está pasado algo ya visto en otras épocas y países. Los capos del delito que crearon y/o hicieron crecer esos “negocios” eran, por lo general, gente muy cuidadosa, independientemente de su nivel escolar. Se trataba de personas astutas que cuidaban un bajo perfil en lo posible, que negociaban mercados y territorios (y con autoridades), para no matar a la gallina de los huevos de oro y, curiosamente, daban un valor decisivo a la palabra empeñada.

Pero cuando el negocio criminal cayó en manos de gente menos cuidadosa, de la que creyó que con poder monetario, subordinados fieles y capacidad de ejercer violencia se podía hacer cualquier cosa, el submundo del narcotráfico se empezó a resquebrajar, se perdió ese estilo de ejercer el poder criminal.

En los años de los famosos capos inmigrantes de Italia en Chicago y Nueva York se dio ese fenómeno. Se dejaron de respetar pactos, se atacó a las familias y así se distorsionó una próspera actividad delictiva. En México estamos en medio de ese proceso. Ya no hay “ética” ni compromiso entre criminales. Eso produce guerras inter-grupos o mafias... y muertos. Aquí no interviene el gobierno.

¿Queremos que se reduzcan esas luchas terriblemente violentas y con grandes bajas de jóvenes carne-de-cañón y gente inocente? Habría que pedirle al presidente mexicano que acabe con las aprehensiones de capos del narcotráfico; así de simple y de absurdo. Ésta es la gran responsabilidad federal por tantos muertos: la eficiencia en los arrestos de figuras poderosas del narcotráfico.

La actividad creciente del narcotráfico es una causal de la violencia (que se pasa por alto), sea por su volumen o por incursión en otros delitos, como el secuestro y la extorsión. A mayores negocios, mayores guerras entre competidores. Así es.

El tráfico de drogas está en pleno apogeo, tiene más dinero para tecnificarse, lavarlo, reclutar “tontos útiles” para lo que sea y corromper autoridades. Sus luchas por el poder y desdén al compromiso, los hacen armarse mejor, reclutar nuevos sicarios, y ejercer más violencia contra quienes les compitan, les estorben o disgusten.

Allí está el origen de la mayoría de muertos, no en Calderón. Sin la guerra oficial anti narco, que en algo los debilita, habría más delitos y muchos más muertos.

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