¡Qué bien que todos celebramos el Día Internacional de la Mujer! Hubo de todo: quien protestó, quienes se inconformaron, quienes se dedicaron a mentarle la madre a los hombres; señores que se dedicaron a celebrar con su señora; y una que otra vez, se escuchó en los medios que alguien hablara sobre los atributos sorprendentes y trascendentes de la Mujer, escrita así, con mayúscula.
En “el día”, me quedaron a deber
A mí, sin embargo, me quedaron a deber. Y aunque me expongo al ridículo y a riesgo de que nadie más se preocupe por lo que siente este modesto aprendiz de escribano, lo reitero: como que para mí faltó algo por decir y mucho más por celebrar.
Un caso para el IPADE
Son las 5:30 de la mañana. La señora se acaba de despertar. Se ve al espejo esperando que la imagen que percibe sea solamente efecto de la hora y lo descarapelado. No le hace caso. Se da una “manita de tigre”; un par de respiraciones profundas –por que no le da más tiempo de entrarle de lleno al Tai Chi–; dos pellizcos en las mejillas y en la lonja para suplir la liposucción. Listo. ¡“Show time”!
Con una agilidad que envidiaría el Hombre Araña; la flexibilidad de Elastic Girl; la celeridad mental de Sherlok Holmes y una condición física al estilo Rambo, mamá es capaz de –todo al mismo tiempo– despertar a los niños; pasarle la toalla al marido que olvidó llevarla consigo para bañarse y tiene media hora gritando: “¡Vieja, vieja, una toalla que hace mucho frío y no me vaya a constipar!”.
La misma cantidad de milisegundos es empleada por una mamá, para preparar el almuerzo para el viejo –porque trae un “córrele que te alcanzo”, derivado de la botanita que se comió mientras veía con sus cuates el futbol en conocido “centro de salú”– y a la vez, es capaz de distribuir mayonesa, queso, menudencias, jitomatito, aguacate y una calcomanía de jamón, para que sus enanos se lleven algo decente de comer y no consuman pura chatarrita.
Yo no sé por qué, pero el “check list” de todas las mamás, es mental. Tienen una memoria real y virtual, como de unos 5,000 gigabites. Recuerdan el tipo de uniforme que cada hijo debe llevar en cada día específico. Seguramente, Dios les dio una especie de GPS fuera de serie, para estar en condiciones de localizar el zapato faltante, los tenis que nadie deja en su lugar, la corbata del marido, los moñitos con los que le hace las trencitas a la hija, el trabajo de plastilina del hijo pequeño, las monografías y tareas de los otros hijos; y desde luego, firmar las calificaciones que siempre se le olvidan al más pequeño de sus amores.
Los lleva a la escuela. Previa una bendición “urbi et orbi”, impartida en taquigrafía, se va al mercado. Su habilidad en el manejo de compras y adquisiciones en adjudicación directa y sin previa licitación, hace palidecer de envidia a Guillermo Ortiz y Agustín Carstens. Compra lo que necesita y realiza su milagro de los peces y los panes, porque –nadie descubre todavía cómo le hace– siempre le alcanza.
Regresa a casa con la velocidad del rayo. Su estrategia de ataque al desorden que dejó todo mundo es envidiada por el Pentágono. Arregla, limpia, dispone, sube, baja, camina, acomoda, regresa, vuelve a subir, instruye los lineamientos operativos para el día.
Como si fuera a salir en televisión al lado del Chef Oropeza, la señora de la casa selecciona el menú. Su agilidad intelectual le permite sustituir un ingrediente por otro y que, los tres tiempos en los que planea los frijoleiros gourmet para ese día, merezcan la aprobación y el aplauso atronador del “concilio ecuménico familiar”; reunión que, adicionalmente, se ve engrosada, ya sea porque uno de los hijos llevó a “cuatro compañeritos” a comer porque van a hacer una tarea de equipo; o porque al marido se le ocurrió llevar –por supuesto, sin avisar– a su jefe de oficina, mismo que come, como si se estuviera preparando para recibir un tsunami.
Lo impresionante y lo milagroso es que, con todo y exiguo presupuesto, maniobras culinarias y estrategias de administración de abastecimiento, finalmente alcanzó para todos. Lo sorprendente: sobró un poquito, por si alguien quisiera dobletear.
Mientras todo mundo se integra al “horario de verano en San Lázaro” –una siestecita a cielo abierto– lujo que, por cierto, mamá no puede darse, ella debe concluir otro proceso: recoger la mesa, disponer lo necesario para lavar los trastes, secar y acomodar el herramental empleado durante la comida, guardar excedentes en el refri, limpiar la cocina y disponer la mesa, que en cuanto se despierte todo mundo, se transformará en el estudio para hacer tareas, maquetas, recortar cosas para los trabajos de la escuela y biblioteca itinerante.
En esos momentos, aparece otra mutación para mamá. Ahora es maestra, pedagoga, psicóloga educativa, constructor, ingeniero, calígrafo, perito valuador e investigadora del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), del Colegio de México, o de perdida, del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH).
Mamá resuelve problemas de álgebra, investiga en Internet la historiografía más reciente; o define si doña Josefa Ortiz de Domínguez se vestía o no a la moda, porque el peinado con el que aparece en las monografías editadas para el Bicentenario, le hacen un feo favor; se le ven estrías en la papada.
Entrada ya la tarde noche, mamá se convierte de nuevo en “sommeliere” y valet. La cena ya está lista. El ritual de la mesa y todos sus accesorios también. Ahora cuenta cuentos, platica con la hija sobre “la araña pantionera” que anda rondando a su princesita, como pretendiente a novio. Prepara ropas, uniformes, mochilas, agenda del siguiente día. Con la escasa pila que le queda, medianamente adivina el capítulo de su programa favorito de televisión. Todo esto lo hace al mismo tiempo que realiza los arreglos finales a la casa.
Es casi la una de la madrugada. Lo sorprendente es que, cuando tiene alguna entrevista y a mamá le preguntan “¿a qué se dedica?”, mamita tiene la osadía de decir: “yo no trabajo”.
Al rescate del trabajo en la casa
Son varios cuestionamientos, que, por efectos de espacio, me atrevo a enumerar.
1.- Si en casa hay un montón de tareas que son de “bien común”, ¿por qué dejárselas solamente a una persona que, generalmente, es mamita?
2.- Urge, por su importancia, revalorar –incluso, económicamente– el trabajo en casa. Puede iniciarse creando facilidades financieras y profesionales que animen a las mamás y a sus familias. Esto sería una innovación para las empresas altamente productivas, profundamente humanas y familiarmente responsables.
3.- Aunque para algunos cause escozor, como lo acaba de señalar el Cardenal Enio Antonelli , sería un “hitazo” de parte de los gobiernos que se autoproclaman “humanistas”, lanzar una iniciativa de ley, para que “las familias numerosas merecen reducciones especiales y facilidades financieras”. Esta legislación innovadora no inventa el hilo negro. En Francia y Alemania, por ejemplo, las familias integradas por papá, mamá y tres hijos, pagan entre dos y tres mil euros menos de impuestos. Atrevido, ¿no?
4.- Para quienes impulsan los conceptos de equidad de género, el cardenal Antonelli lanza un desafío extraordinario: “el trabajo de la mujer y la procreación de los niños son compatibles”.
5.- Políticas públicas con puntería de desarrollo social eficaz, sería incrementar los servicios para las familias: guarderías familiares, de barrio o de empresa. Para los adultos mayores y discapacitados, incrementar y diversificar los servicios de asistencia actuales.
6.- Impulsando una verdadera cultura laboral, instrumentar políticas apropiadas, para ofrecerle a la mujer una mayor variedad de oportunidades en el trabajo profesional. ¿Qué les parecería a mis hermosísimas lectoras, iniciativas como el “tiempo partido”, el “teletrabajo”, “flexibilidad de horarios” o negociación para las “vacaciones de las mamás”?
No es fácil, pero como dice el purpurado: sí es posible conciliar la autorrealización de la mujer en su trabajo, su carrera y el éxito social y económico. Las autoridades laborales y la sociedad civil organizada, tenemos que encontrar alternativas poco exploradas para que el éxito de la mujer, en especial de aquéllas que son mamás, no tenga como precio la renuncia al matrimonio y a los hijos.
Efectivamente, es un desafío. Sin embargo, si los tiempos han cambiado, tenemos que cambiar las estrategias.
Ofrezco una disculpa a las mamás que se dieron el tiempo de leer o de reenviar este trabajo. No saben cómo me gustaría –si alguien llegó a leerlo completo– que me hicieran el favor de comentarlo en mi correo electrónico.
Mis respetos para las mamás que sí trabajan….¡y mucho! Son adorables.
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