La semana pasada quedó claro por qué la mejor política de seguridad pública debe arrancar de la actitud movida por sentimientos auténticamente humanos, ajenos a todo partidarismo, a toda búsqueda de ganancias políticas y a todo empecinamiento personal.
Ante el clamor desesperado de los ciudadanos por seguridad pública, en Ciudad Juárez vimos dos respuestas gubernamentales profundamente distintas.
Por un lado, el gobierno mexicano mantiene una estrategia de guerra contra el crimen organizado que ha causado el mayor derramamiento de sangre sobre territorio nacional desde la Revolución.
Aunque durante este tiempo muchos se han empeñado en hacer creer que los ejecutados eran todos delincuentes y que “los criminales se están matando entre ellos”, a últimas fechas se ha evidenciado lo que los habitantes de la frontera siempre hemos sabido: que la violencia victimiza a culpables e inocentes por igual, mientras desde las más altas esferas del poder Ejecutivo se frenan los cambios que pudieran detener este dolor humano.
El académico José Antonio Crespo afirmó que “según el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego de EU, han entrado a México, en los últimos tres años, aproximadamente 900 mil armas. En contraparte, según autoridades mexicanas durante este gobierno se han decomisado 30 mil armas, es decir, apenas el 3 por ciento del total de armas ilegales que ha entrado en el mismo lapso”.
Ello nos da una idea de la objetividad que hace falta en los gobernantes de este lado de la frontera y del manejo con tintes propagandístico que se está dando a los resultados de la guerra.
En las antípodas de esta actitud, tras el asesinato de tres ciudadanos estadounidenses en Ciudad Juárez, el gobierno de Barack Obama ha lanzado una triple ofensiva que avanza por caminos diplomáticos, políticos y policiales.
La Casa Blanca no necesitó miles de homicidios para voltear a ver a Ciudad Juárez. Bastaron tres para demostrar de manera firme y contundente que el embajador Carlos Pascual, Janet Napolitano, Hillary Clinton, el gabinete de seguridad estadounidense, diversas agencias policiacas y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tienen un compromiso denodado con la seguridad de su pueblo.
Aunque hay lazos históricos, culturales, familiares y económicos que trascienden la frontera para hacer de Ciudad Juárez y El Paso una sola comunidad, contrastan porque la primera es la Ciudad más violenta del mundo (por segundo año consecutiva) y la segunda se reconoce como la más segura de Estados Unidos. La respuesta a esa lacerante realidad es hoy más evidente que nunca.
Visión de Estado en el combate a la inseguridad
El negativo derrotero que ha seguido la guerra contra el crimen se ha debido, entre otros muchos factores, a que desde un principio no hubo coordinación entre los gobiernos mexicano y estadounidense.
Es evidente que el narcotráfico es un problema que requiere una respuesta internacional, pero el presidente Calderón declaró apresuradamente la guerra (en la primera quincena de su mandato) y no dejó lapso alguno para coordinarse con nuestros vecinos del norte. Hoy vemos y padecemos las consecuencias.
Quizá la presente situación abra un espacio para reconocer la urgencia de replantear la estrategia y coordinarse no sólo con el gobierno estadounidense, sino también con los estados y los municipios, a los que se lanzó a una guerra de consecuencias potísimas sin tender los debidos puentes de colaboración.
Es hora de que nuestro gobierno muestre visión de Estado y actúe de manera coordinada con todos quienes se ven afectados por esta guerra, defendiendo la dignidad de México ante Estados Unidos, pero también respetando la soberanía de las 32 entidades federativas y la autonomía de los municipios, cuyos espacios de libertad y autodeterminación son esenciales para guardar los equilibrios del pacto federal.
Ojalá y esta oportunidad no sea desperdiciada. Ojalá y prevalezca la humildad y el ánimo de corregir. Ojalá y se reconozca que la fuerza interior y exterior contra el desorden solamente la pueden tener los pacíficos. Porque sólo así este derramamiento de sangre podrá llegar a su fin.
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