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sábado, 6 de marzo de 2010

¿Cómo es Eva en el siglo XXI?

Seguramente usted, amable mujer, más de una vez ha recibido silbidos provenientes de hombres que aspiran a celebrar su belleza. ¿En alguna ocasión le han gritado alguna especie de piropo malogrado mientras va caminando por las banquetas de su ciudad? ¿Le ha pasado que algún hombre falto de caballerosidad pretende ganar su atención con los recursos menos eficaces? ¿A qué lo atribuye?

Hace ya dos años, en enero de 2008, se reformó la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Entre otras cosas, el Gobierno del Distrito Federal (GDF) dispuso que se sancionaran a los hombres que profirieran palabras o miradas lascivas contra las mujeres. No se sabe ni hay registro de la cantidad de hombres que han sido consignados por mirar o lanzar un vulgar piropo hacia las mujeres.

El hecho es que el acoso a las mujeres es un fenómeno común. Casi instintivo. Una bella mujer pasea por un espacio público, un parque, una plaza, cualquier banqueta, y no faltan las miradas que buscan encontrar algo más de lo que sugiere la vista. Pasa en cualquier nivel sociocultural, a todas horas, en cualquier lugar de acceso público.

Ante ello, es inevitable cuestionar: finalmente, ¿quién es la mujer para el mexicano de hoy? ¿Un objeto? ¿Un instrumento? ¿La compañera de vida? ¿Quién es?

MUJER VICTIMIZADA, MUJER EMANCIPADA

Sin lugar a dudas, el papel de la mujer en la vida social ha sufrido profundas trasformaciones en los últimos tiempos. Hay una construcción cultural vigente en la que la mujer tenía un rol definido, mismo que se ha venido modificando con el paso de los años.

El sistema político y social estaba configurando (y todavía quedan rasgos que lo confirman) de tal manera que sus estructuras protegían y daban preponderancia a la figura del varón por encima de la mujer. María Elena Álvarez de Vicencio, en su texto Realidad de la mujer mexicana y propuestas para mejorar su situación, señala que hay todavía algunos estados cuyas leyes y normas limitan la capacidad de la mujer para tomar decisiones. A la letra, dice así:

“[…] Los códigos de algunos estados señalan que la atención del hogar y de los hijos es responsabilidad sólo de la mujer. En otros se señala que para que la mujer pueda trabajar fuera del hogar deberá presentar la autorización del esposo. Igual requisito se señala para que la mujer pueda viajar o celebrar contratos.

“El sujeto de crédito para la asignación de viviendas de interés social es el varón. En instituciones públicas y privadas se exige el certificado de no embarazo para contratar o conservar el empleo”.

Es evidente que persisten normas y reglas que otorgan al varón facultades mayores que las dadas a la mujer. La transformación de la configuración de la estructura familiar en México es indudable y existen leyes que permanecen sin ajustarse a esa nueva realidad. ¿Cuál es esa nueva realidad de la que hablamos?

LA MUJER MEXICANA, HOY

Encontrar características compartidas en las mujeres mexicanas contemporáneas es una tarea compleja. En principio, no es posible hablar de un estereotipo de mujer mexicana. Hay múltiples modelos y elementos sociales y culturales que se comparten. Abundan otros tantos que las hacen diferir. Con todo, las mujeres mexicanas, hoy por hoy, viven situaciones en las que vale la pena detenerse y reflexionar en torno a ellas.

Según Álvarez de Vicencio, las mujeres mexicanas actualmente desempeñan papeles que no tenían asignados tradicionalmente, por lo que las relaciones con el hombre, consigo misma, con la familia y la sociedad se han modificado en cierto modo.

Muestra de ello, dice la autora, es que una de cada tres familias está encabezada por una mujer sola. Esto quiere decir que el modelo tradicional de familia ha perdido terreno frente al hecho de que más mujeres tengan que asumir, voluntariamente o no, el rol de jefas del hogar.

Además, la tercera parte de la Población Económicamente Activa (PEA) son mujeres. Si la PEA es de cerca de 45 millones de personas mayores de 14 años con aptitudes para trabajar, la población de mujeres que se encuentran insertas en el mercado laboral, produciendo y contribuyendo, es de casi 15 millones. Una cifra significativa.

¿Qué tanto aportan las mujeres en términos económicos para el desarrollo financiero de los hogares? Veamos. En hogares conformados por hombre y mujer, la mujer contribuye al ingreso en uno de cada tres; en el 20 por ciento de los hogares mexicanos, la mujer provee la mayor cantidad de ingresos de la familia, mientras que en el 10 por ciento ella es la única proveedora de recursos.

¿Qué significa esto? Las mujeres mexicanas son trabajadoras, aportan al desarrollo económico del país y de sus hogares. Millones de ellas son madres, empleadas y jefas de familia. Son las heroínas anónimas que con su esfuerzo, dedicación, empeño y sacrificio dan sustento y vida a la sociedad mexicana.

No obstante, el hecho de pertenecer a una cultura tradicionalmente machista ha sugerido a grupos organizados de mujeres que su papel va más. Estos grupos han asumido como una verdadera lucha lo que llaman la “emancipación de la mujer”, misma que encaminan a la figura femenina a una inevitable ruptura, a una lucha genérica entre hombre y mujer que ha hecho mucho daño a la sociedad entera.

EL "INÚTIL" COMPLEMENTO ENTRE HOMBRE Y MUJER

Ante el hecho de que las leyes, las normas y algunos derechos fundamentales se reservaban para beneficiar al varón, relegando de esta forma a la mujer, surgieron a finales del siglo XIX y principios del XX movimientos de mujeres que legítimamente buscaban reivindicar su posición frente al hombre en la vida social.

Sin embargo, los excesos y las confusiones no tardaron el llegar. Los movimientos feministas radicales aparecieron en la escena pública para afirmar que la maternidad era una imposición de la que había que deshacerse y que el hombre no era necesario para la plenitud de la vida social.

Estas distorsiones llegaron a tal grado que hoy se afirma con mucha naturalidad que la sexualidad es un fenómeno histórico, tradicional, que no forma parte del hecho de ser persona.

Es por ello que hoy es muy común escuchar que se habla de los derechos de las mujeres, como si fueran un ser ajeno a la realidad social que se vive. Así, se pide que las mujeres tengan derecho a la educación, a la salud, a los eufemísticamente llamados derechos sexuales y reproductivos, a una vida libre de violencia, al trabajo, al desarrollo, a la información, a la participación política, entre otros.

¿Por qué se piden derechos de las mujeres como si éstas vivieran en un mundo diferente al que vivimos?

Las instituciones del Estado tienen el deber de velar por los derechos de todos. Diferenciar entre hombre y mujer por el hecho mismo de serlo, como ya se ha dado en el pasado, ha sido muy nocivo para el progreso de nuestra sociedad.

El Instituto Nacional de las Mujeres, así como los institutos locales dedicados a la mujer tienen la responsabilidad de entender a la mujer, no de confrontarla consigo misma, con su naturaleza y vocación.

Las mujeres deben ser protegidas tanto como los hombres. Es necesaria la protección de la mujer, entender su naturaleza y vocación diferenciada de la del hombre. Victimizar a la mujer no contribuye a su plenitud y realización, sino únicamente a su sometimiento a las estructuras políticas y sociales.

Es loable que el Estado se esfuerce por proteger a la mujer, por velar por sus intereses, sin embargo puede ser muy dañino que desde el Estado se victimice a la mujer y que desde esa ancla se le impida su desarrollo personal en el entorno en el que se inserta.

ESE IMPRESCINDIBLE COMPLEMENTO

Hay una etapa del proceso que nuestra sociedad mexicana dejó de vivir. De una sociedad machista, en la que las reglas y normas se daban para mantener la preponderancia de la figura del hombre, hemos importado una visión que sugiere la victimización de la mujer para confrontarla con el hombre. Ni una ni otra podrán llevar a nuestro tejido social a puerto seguro.

El trabajo conjunto hombre-mujer es una necesidad imperativa para nuestro desarrollo social. La institución matrimonial, un hecho histórico natural que el Estado moderno tuvo que reconocer jurídicamente, es la vía fundamental para lograr esa conjunción única.

La familia es el núcleo en el que los individuos aprendemos a ser personas y ciudadanos para insertarnos en la dinámica social. Son innegables las aportaciones que la familia ha dado a la historia de la humanidad, porque ésta se ha construido a partir de aquélla.

El debate contemporáneo, infructuoso y superficial, que se encamina a enfrentar al hombre con la mujer no tiene posibilidades de éxito. Los hombres y las mujeres no somos, no podemos ser enemigos.

Nuestra sociedad, los ciudadanos, debemos dar el salto: de una sociedad machista, nuestro deber es encaminarnos a construir un México en el que hombres y mujeres no nos enfrentemos por razones de sexo; antes bien, que comprendamos la necesidad que tenemos de complementarnos, que reconozcamos la capacidad que tenemos todos de aportar al mejoramiento de la sociedad.

Sólo valorando lo que la mujer es capaz de dar y hacer, entendiendo que su aportación desde la familia es fundamental para el desarrollo social, podremos hacer del nuestro un país mejor.

Hace poco tiempo, en uno de los hospitales del IMSS, un joven paciente, no mayor de 23 años, enfermo de cáncer, decía: “Mi enfermedad ha sido un gran mal para mí, pero también una gran bendición, porque he visto de cerca lo que es capaz el amor mi madre por mí, el amor de una madre por su hijo”.

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