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viernes, 5 de marzo de 2010

Chile y Haití, hasta en las tragedias hay niveles

El terremoto en Chile fue la muestra de cómo las tragedias también se diferencian entre sí. Mientras que el terremoto en Haití dejó cientos de miles de muertos, en Chile la cifra de acaecidos fue considerablemente menor. Mientras en Haití la inseguridad e incertidumbre prevalecen, en Chile es evidente la presencia de un Estado fuerte, sólido, ocupado.


Desde el primer minuto del terremoto en la nación sudamericana, el Estado se hizo presente. Michelle Bachelet, presidenta de aquel país, dio la cara, giró instrucciones, manifestó su solidaridad con los damnificados. Ante el brote de saqueos y vandalismo, la mandataria se hizo cargo de la situación y habló contundentemente cuando advirtió que la policía y el ejército locales actuarían con firmeza para hacer respetar las leyes más elementales.

No obstante, tanto Chile como Haití han sufrido la pena de la violencia y los saqueos derivados de sus tragedias respectivas. En el país sudamericano hoy se tiene la necesidad de tomar medidas como el toque de queda y llevar al ejército a las calles. En Haití la cuestión social aún es difícil, dado que la ausencia de un Estado fuerte facilita la delincuencia y el vandalismo.

Chile puede tomar las cosas con calma. Es cierto, para salir avante de esta tragedia requiere mucho, muchísimo dinero. Algo así como el 15 por ciento de su PIB anual. Sin embargo, la situación en Haití es incierta. Para un país pobre como aquél, endeudado, inmerso en una dinámica histórica bélica, inestable, con instituciones desequilibradas, es difícil ver el futuro con optimismo.

Hablar de la cantidad de los muertos entre uno y otro fenómeno es verdaderamente contrastante. En Chile, la intensidad del terremoto fue de 8.8 grados en la escala de Richter. En Haití, el movimiento fue de 7.0 grados en la misma escala. En el primero, se han registrado un total de 800 muertos (al momento de escribir estas líneas), mientras que en el segundo se han contado más de 200 mil.

Hay especialistas que afirman que el terremoto en Chile fue 50 veces mayor que el de Haití. Entonces, ¿en dónde radica la abrumadora diferencia entre el número de víctimas y la potencia del movimiento terrestre? La relación entre la intensidad de los terremotos y el número de muertos parece ser contraria al sentido común. Sería lógico pensar que, a mayor potencia, mayor número de víctimas, pero en este caso no fue así, ¿por qué?

Si nos aventuramos a dar una respuesta, podríamos pensar en que la preparación que tienen estos países hacia eventuales emergencias de este calibre difiere a partir de sus diseños institucionales y de sus posibilidades económicas.

Chile es un país pequeño, que dobla el número de habitantes a Haití (17 millones de Chile contra 9 millones de Haití). En Chile, el ingreso per cápita es de 14.5 mil dólares anuales, mientras que en Haití es de mil 300 dólares al año. Chile puede pensar en prevenirse, algo difícil para un país como el caribeño, que apenas tiene lo indispensable para sobrevivir. En resumen, Chile no es Haití.

Y a todo esto, en México nos preguntamos si correremos la misma suerte que estos dos países hermanos. El jefe del Servicio Sismológico Nacional, doctor Carlos Valdés, indica que es posible un temblor fuerte en México, pero no de la intensidad de Haití o Chile. Aun así, nos queda la duda de si en el Distrito Federal y en el país entero estamos preparados, como lo estuvo Chile, para recibir un fenómeno de tal magnitud.

Las tragedias suelen hermanar, solidarizan al fuerte con el débil. Debe celebrarse la forma en la que la población mexicana, conocedora de las tragedias, supo cooperar para la recuperación de Haití. Chile no ha requerido tanta ayuda como los caribeños, pero no deja de ser interesante cómo la noticia del terremoto fue un tema de la agenda pública durante varios días.

Con todo, tal como Haití y Chile fueron noticias impactantes, también lo fueron las inundaciones de Chalco, de las que hoy ya nadie se acuerda. La solidaridad es loable, sobre todo cuando la ponemos en práctica entre nosotros, con los nuestros. Distinguir y discriminar a nuestros paisanos convierte esa solidaridad en mero sentimentalismo. ¿Será?

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