Hoy vemos un México violento, en el que niños, desde los 12 años, son capaces de cobrar una cantidad mínima de dinero por convertirse en narcomenudistas, transportadores de droga o sicarios al servicio de los cárteles del narcotráfico. ¿En dónde están sus padres? ¿Quién está a cargo de ellos? ¿En qué momento permitimos lo que hoy padecemos?
La Real Academia Española indica que desintegrar es “separar los diversos elementos que forman un todo”, “destruir por completo” y “perder cohesión o fortaleza”. Hablar de desintegración familiar es referirse a la ruptura en los componentes que dan forma al núcleo de la vida social. Es hablar de las razones por las que las personas, voluntariamente o no, abonan a la desintegración de una familia.
En realidad no es tan difícil comprender las razones por las que nuestro México hoy vive sumido en la violencia, en corrupción e impunidad.
Está comprobado –y hay mucha evidencia al respecto– que el núcleo familiar es donde las personas reciben formación, educación y, sobre todo, apoyo para enfrentarse al mundo real y para lograr insertarse en la dinámica que ofrece el sistema político, económico y social. Es la familia la que da sustento a los individuos de manera tal que éstos se pueden desarrollar integralmente.
Cuando este núcleo pierde forma, los individuos también. Según un diagnóstico realizado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, en coordinación con la UNAM y el CIDE, la mayoría de las personas que están recluidas en las cárceles abandonaron su casa en la adolescencia debido a la necesidad de trabajar y por sufrir violencia intrafamiliar.
Por si fuera poco, el documento demuestra que casi todos los presos provienen de familias divididas, sienten frustración y fracaso, y asocian el éxito con la acumulación de bienes materiales. El 33 por ciento de los reclusos indicaron que, cuando niños, sus padres consumían alcohol de forma frecuente. De acuerdo a los datos de la encuesta, el 10 por ciento de ellos hoy padece alcoholismo.
Esto es tan sólo una evidencia de los efectos de la desintegración familiar. Hace más de un año, el diario El Universal publicó que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) calculaba que más de 500 mil personas se dedican al negocio del narcotráfico en México. Sin duda, una cifra escalofriante, cuyos efectos son inimaginables.
Los niveles de corrupción de nuestro país, según Transparencia Internacional, son los mismos desde hace algunos años. Nuestro sistema político y social se mantiene opaco. Seguimos siendo una nación entrampada en una dinámica de corrupción e impunidad. ¿Cómo lograr revertir esta situación?
El domingo 7 de marzo es el Día de la Familia. Las consecuencias de no cuidar y procurar el bienestar del ambiente familiar puede –y de hecho, ha tenido– efectos muy perversos para nuestra sociedad.
No hay mejor plataforma de desarrollo individual que ver por los nuestros. La única forma en la que México podrá vivirse diferente es a través del cuidado a la familia. Aun cuando el Estado ha faltado a su obligación de velar por el bienestar de la familia, a los ciudadanos nos toca cuidar nuestras pequeñas comunidades de valores, de vida.
Para no abonar a la delincuencia, a la corrupción, a la impunidad, a la ruptura de nuestra sociedad, para contribuir en la formación de ciudadanos virtuosos y preocupados por la construcción del bien común, celebremos a nuestra familia, cuidemos a nuestra familia, velemos por nuestra familia. Al final, la familia es lo único que nos queda cuando el mundo cierra sus puertas.
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